miércoles, 5 de agosto de 2009

PULIR Y ENCERAR



No es necesario ser un experto en artes marciales ni un conocedor del cine recordar esta escena: el anciano sensei le enseña a su joven alumno karate, y la mejor manera para empezar es que sepa como pulir y encerar.

Claro. Es la memorable y conmovedora escena de una de las películas de artes marciales más famosas de todos los tiempos: Karate Kid, pero también es un cuento corto escrito no por uno de esos populares autores de best-sellers ni un guionista de anime, sino por el ganador del premio Nobel de Literatura en 1994. Se trata de Kenzaburō Ōe, uno de los escritores más laureados de Japón, y autor de un cuento titulado Ume no chiri (A veces el corazón de la tortuga) publicado en 1982 y que pese a no ser muy famoso, si sirvió de inspiración para inspirar a toda una generación, un cuento que nos presenta a una de las parejas más queridas del cine: Daniel La Russo y el Señor Miyagi.

OE-SAN
Kenzaburō Ōe vino al mundo en 1935 un día como hoy: 31 de enero. Nació en una aldea en Shikoku. Decidió salir de allí e ir a la universidad de Tokio, aprendiendo antes el japonés, pues su familia hablaba un dialecto de la zona. Estudió la carrera de Filosofía y Letras. Oe vivió la segunda guerra mundial, lo que le inspiró a escribir historias entrañables como Arrancad las semillas, fusilad a los niños.

La calidad literaria de Kenzaburo Oe rindió frutos, obteniendo varios premios literarios de su país, como el Akutagawa por La Presa. Pero en 1994 vendría su gran momento, cuando fue el segundo japonés, (después de Yasunari Kawabata en 1968) galardonado con el premio Nobel de Literatura.

Uno de los temas constantes en la obra de Kenzaburo Oe es su hijo Hikari, quien es autista debido a una hidrocefalia. En la novela Una cuestión personal (Kojinteki na taiken) narra parte de este episodio de su vida.

A VECES EL CORAZÓN DE LA TORTUGA O LO QUE SERÍA KARATE KID
Ume no chiri es el título original de uno de los cuentos menos conocidos de este genial autor, pero irónicamente, su historia más famosa. Nos cuenta la historia de Daniel, quien es entrenado en una técnica de artes marciales por el anciano Miyagi junto con otro muchacho de nombre Grayson. Daniel inicia un viaje de autoconocimiento, de introspección, que lo hace madurar cuando apenas es un joven preuniversitario. Miyagi le enseña a Daniel que debe ser “como el corazón de la tortuga” blando como su cara, pero al mismo tiempo fuerte como las patas que sostienen el cuerpo.

Miyagi entrena a Daniel en la técnica de Kajido, creada por las amas de casa del antiguo Japón para defenderse de los mongoles. Daniel usa la técnica para luchar contra Johnny, el muchacho que lo hostigaba, en una escena climática en la playa de San Francisco, en Okinawatown, durante una espantosa tormenta. Johnny muere decapitada como consecuencia de un terrible golpe de Daniel… pero no sólo él muere, sino también Miyagi y Grayson, ahogados en el barco desde donde observan la pelea… así, Daniel se queda como el único conocedor de la técnica de Kajido, que consiste en labores caseras: tender una cama y destenderla. Lavar un plato y secarlo. Barrer a la izquierda y a la derecha… curiosamente, en el cuento jamás aparece el clásico “pulir y encerar”.

El cuento, de casi 2 mil 900 palabras, es más reflexivo, profundo y fuerte que la película ochentena. Aunque ambos mantienen ese mensaje de autoconocimiento, madurez y superación. El estilo narrativo es característico de Oe: frases breves pero contundentes y un discurso lleno de reflexiones y un humanismo crítico.

Es verdad que la película “Karate Kid” está inundada de clichés, lugares comunes, estereotipos y elementos más trillados que los de un culebrón televisivo, y típicos elementos característicos del cine de artes marciales, como los antagonistas, vestidos de negro y comandados por un sensei sádico y que no conoce la piedad, o el elemento romántico, que en el cine hollywoodense no puede faltar. Ya no digamos el humor fácil y el desenlace predecible pero anhelado. Sin embargo, eso no le resta el mensaje de superación y paciencia que marcó a toda una generación, y tampoco recordar con nostalgia a ese muchacho que aprende a defenderse con la sencilla fórmula de “pulir y encerar”.

Además, la semilla que hizo crecer el bonsái de la franquicia de Karate Kid está inspirado en una historia de uno de los mejores escritores japoneses que han existido.
Artículo publicado originalmente en el periódico "Correo".

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