domingo, 9 de agosto de 2009

LA VIDA EN TIRAS CÓMICAS

Cuento publicado en la revista electrónica "Presencia" de la Universidad de Guasnajuato, y ganador de un reconocimiento.

PRIMERA VIÑETA
Si no te apuras a cambiar al mundo,
el mundo será quien te cambie a ti.

-Quino en la voz de Mafalda

Zacarías era un hombre joven de treinta y cuatro años, pero ofrecía un aspecto demoledor: calvo, con el rostro semejante al de un prisionero de guerra, caminar triste, ganas de recostarse en las vías del tren y acabar con todo de una buena vez. Era indudable que el cáncer estaba devorándolo por completo.

Era sábado y acababa de salir del tratamiento contra el cáncer, compuesto por cirugía, radioterapia y consumo de medicamentos con una exageración inspiradora de miedo. Si alguien le preguntaba que era lo que más odiaba en el mundo, y al mismo tiempo más amaba, su respuesta hubiese sido, sin dudarlo un segundo: ”La radiación. ¿Por?”

A pesar de que su vida se extinguía con velocidad de jet, no desperdiciaba la oportunidad de bromear. Tal vez era por eso que el único trabajo para el que era realmente bueno era el único que seguía haciendo desde su niñez: dibujar tiras cómicas. Desde hacía diez años los diarios locales publicaban, cada domingo, en tres viñetas bien distribuidas, episodios de Las Aventuras de Ulises. Trataba sobre el punto de vista de un niño de diez años que vivía en un pequeño pueblo que pudiera ubicarse en cualquier parte del planeta. Ulises tendía a soñar despierto, a criticar ácidamente a los adultos y a leer en cualquier momento que tuviera disponible. Zacarías no negaba que su personaje le debía mucho a Mafalda, de Quino, Charlie Brown de Charles Schulz y Calvin & Hobbes de Bill Watterson. Todos ellos eran niños que soportaban el peso del mundo adulto con el poder de su imaginación, lo que convertía a su creador en una clara proyección: un adulto con mente de niño que mediante sus dibujos intentaba soportar la inminente muerte provocada por el cáncer.

Llegó a las oficinas del periódico. Saludó a la recepcionista, saludó a los fotógrafos, saludó a los reporteros de espectáculos, de sociales, de internacionales, de política, de nota roja y así hasta llegar a las oficinas del suplemento dominical, donde estaba Samuel Del Valle, su editor. Antes de saludarlo, la pregunta de rigor fue que tal estuvo la quimioterapia. Y la respuesta de rigor fue que fatal, que cada vez se sentía más débil y con menos ganas de seguir adelante, y que gracias a que domingo tras domingo publicaba Las Aventuras de Ulises, continuaba con el tratamiento y no se suicidaba.

--Eso es cierto, la gente sólo compra el periódico los domingos para saber que pasa con Ulises y sus amigos, si dejaras de publicarlo decepcionarías a millones de personas... literalmente.

--Mira, no espero dejar de publicar Las Aventuras de Ulises hasta que el cáncer me lleve a la tumba, eso tenlo por seguro. Siento que ese niño es como mi hijo.

Y así era. Desde que le diagnosticaron la enfermedad, Zacarías no encontraba mujer con facilidad, esencialmente porque las emprendedoras mujeres del siglo XXI no desean tener por pareja a un hombre calvo y acabado, y que para colmo de males fuera a morirse y a dejarlas con la hipoteca de la casa y la deuda de un televisor de pantalla plana. Al no poder tener un hijo, Ulises y el pueblo donde vivía, con el lago a las afueras, la calle principal, el centro con su kiosco y su minisupermercado, su escuela, su biblioteca y su palacio municipal, eran todo para él. Sus habitantes coloreaban el poco tiempo que le quedase de vida... y de alguna manera muy estúpida, al menos desde el punto de vista de Zacarías, no quería morir no tanto por el hecho de dejar el mundo, sino porque Las Aventuras de Ulises se irían a la tumba con él. Su temor consistía en que las tres viñetas que publicaba quedarían convertidas en pequeños libros de forma rectangular, y Ulises quedaría relegado al lugar más mediocre en las librerías, al lado de verdaderos titanes como Garfield o Daniel el travieso. Samuel sabía de ese miedo, y cada sábado en la tarde, cuando puntualmente el caricaturista llegaba a entregar su trabajo, le repetía lo mismo:

--Ulises no va a morir, entiéndelo. Bob Montana murió, pero Archi no dejará de salir con Betty y Verónica. Y lo mismo podemos decir de los grandes personajes de la literatura, de Don Quijote, de Hamlet, de Sherlock Holmes.

Y La respuesta siempre era la misma: tras dejar el folder con la aventura correspondiente, Zacarías refunfuñaba un “no entiendes por lo que estoy pasando” y salía de las oficinas del diario azotando puerta tras puerta y mentándole la madre hasta a las fotografías de las víctimas de la nota roja.

Tomó un taxi rumbo a su casa, porque el agotamiento de la reciente terapia le impedía dar otro paso. Cuando por fin llegó, quedó recostado en el sillón de su sala, una amplia habitación decorada con las imágenes de la caricatura de un niño de complexión muy delgada, cabello castaño exageradamente alborotado, y ojos enormes, de un verde semejante al de una rana. En casi todas las imágenes el niño estaba parado sobre una columna de libros. Esa era un creación, su orgullo, su Ulises. Pensando en lo buena que era la publicada con él y el copyright (gracias a ella podía pagar el carísimo tratamiento) cayó dormido.

SEGUNDA VIÑETA

Con un sonoro ¡SPLASH!, Ulises cayó al lago ubicado a las afueras del pueblo. Era un caluroso fin de semana ve verano. Cada vez que recordaba que el Lunes tocaba volver a clase sentía deseos de escapar al bosque e ir a vivir como ermitaño... de hecho, en una ocasión lo intentó, pero cuando lo encontraron, cinco semanas después, le fue muy mal. Siempre le iba mal con los adultos, porque solo sabía hacer tres cosas a la perfección: meterse en líos, aprobar la materia de literatura, y criticar a los adultos. Con la idea de escribir una lista que describiera todos los errores del presidente municipal, salió del agua. Las gotas escurriendo de su cuerpo hacían ¡PLOP! ¡PLOP! ¡PLOP!. Se recostó en el pasto, al lado de donde dejó su mochila y su ropa doblada. Sacó un libro que llevaba tiempo leyendo, la historia era muy buena, trataba sobre un señor llamado Edmundo Dantès, quien es acusado injustamente y lo mandan a la cárcel. Después se escapa y cobra venganza, bajo la identidad de El Conde de Montecristo. A Ulises le gustaba comparar con personajes de la literatura a los habitantes del pueblo, y lo que en apariencia eran inocentes símiles, llegaban a irritar considerablemente a las personas. Por ejemplo, hubo una ocasión en que dijo, en plena homilía, que el cura del pueblo se parecía al Abad Frollo. El sacerdote, cuya cultura se limitaba a los artículos de L’e Obsservatore Romano, no entendió la comparación, pero tiempo después vio la película de Disney El Jorobado de Notre Dame, y no volvió a ver a Ulises como un fiel, sino como al vástago de Lucifer. Desde esa ocasión, el cura se ponía rojo y musitaba “GRRRRRR” cada que lo veía. Incluso el también se comparaba con personajes literarios, considerándose una mezcla de entre Winston Smith y Tom Sawyer. Smith es el protagonista de 1984, una novela sobre un señor que el solo se opone a un cruel sistema totalitario, y Tom Sawyer es la novela para niños por excelencia.

Dejó el libro y se vistió, justo en la parte en que Dantès salta de la torre de la prisión y cae al mar, lo más emocionante del libro según Ulises y millones de lectores.

Caminó por la vereda que llevaba al pueblo. Los árboles rodeaban el camino, el sol de la tarde le golpeaba el cuerpo. Todo parecía tan idílico, tan maravilloso, que en más de una ocasión la gente del pueblo se preguntaba si ese estilo de vida era real y no una tira cómica. Aunque a Ulises eso no le importaba, el sólo necesitaba los libros, sus amigos y un poco de tiempo los fines de semana, lejos de la escuela. Mientras caminaba, distinguió la vereda que conducía a la gruta donde en una ocasión le sugirió a sus amigos Hidalgo y Julieta que se adentrasen para explorarla, como había hecho Axel Lindenbroock y su tío en Viaje al centro de la Tierra. La conclusión de esa aventura fue que todo el equipo de rescate del pueblo fuese en su ayuda. Por culpa de Ulises terminaron tres meses castigados, aunque para ellos fue un periodo muy breve, tan breve como el dibujo de una tira cómica dominical en los periódicos.

Cuando llegó al pueblo ya había atardecido. Miró el templo, con el cura mirándolo a los ojos con odio reflejado, al igual que el presidente municipal, quien desperdiciaba su tiempo seduciendo muchachas y no haciendo lo que le tocaba. A su derecha estaba la escuela y una calle mas adelante, el minisupermercado que por alguna razón vendía marcas propias de productos y no famosas, como si en alguna parte del mundo existiera un señor que no quisiera pagar por publicidad. Ulises notó que la biblioteca estaba cerrada, y el motivo era por que el señor Preciado, el bibliotecario, estaba sentado en una banca frente al kiosko, dándole de comer a una pandilla de ruidosas palomas que hacían “CRRTTT”, “CARRTT”. Ulises se acercó y se sentó a su lado, y como siempre, el anciano hombre se alegró de verlo. La típica conversación para romper el hielo (Hola Ulises. Hola señor, ¿Como te va? Bien, gracias, vengo de nadar en el lago. Acuérdate que es peligroso. Okay, no se preocupe, me se cuidar. Eso no me consta, todos te hemos rescatado en más de una ocasión, te encanta meterte en líos) llevó a un tema más profundo.

--¿Sabe algo, Señor Preciado? Me pregunto que pasará cuando todo esto se acabe. Cuando Dios se muera y todo el pueblo, todos nosotros, dejemos de existir.

--No te preocupes, Dios es eterno.

--No, yo no hablo del Dios que idolatra el cura del pueblo, ese que solo usa como excusa para pedir limosna y luego nadar entre monedas como un Rico Mac Pato y Ricky Ricón. Yo hablo del Señor Zacarías.

--En el pueblo no existe nadie con ese nombre.

--Eso es porque no existe, pero él es quien nos da vida a todos. ¿O no le parece extraño que este lugar sea tan perfecto? ¿No le parece extraño que todos tengamos nombres de personajes de la Literatura Universal: usted se apellida como el de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, mis amigos, Hidalgo y Julieta, como los de Cervantes y Shakespeare, y yo como el héroe de La Odisea, de Homero.
Somos producto de ese señor, y en estos momentos, en otro plano de realidad, él se la está pasando muy mal, tiene una enfermedad que aquí jamás hemos oído hablar siquiera, se llama cáncer, y te mata las células del cuerpo.

--¡Ay, Ulises! --exclamó el señor Preciado, y soltó una carcajada de tolerancia--. Creo que has leído demasiada ciencia ficción. El médico del pueblo, el doctor Canterville, nunca ha atendido un caso así. Creo que después de leer a H.G. Wells y a Isaac Asimov te estás dejando influenciar... ahora me hablas de “planos de realidad” --obsequió una sonrisa al niño y le alborotó su castaño y de por si alborotado cabello--. Creo que es mejor que te vayas a tu casa porque ya va a anochecer.

--Bueno, mejor esto se lo dejo a los adultos, ustedes son muy hábiles para resolver problemas que los niños no podemos.

--Así es.

--Como por ejemplo las guerras, el hambre, la pobreza, el sufrimiento y en pocas palabras esa cosa tan aburrida que solo habla de como distribuir correctamente el domingo para la semana que nos dan los bancos internacionales... es la cosa más imbécil y aburrida del mundo y se llama “Economía”.

Úlises se despidió cortésmente, dejando al anciano bibliotecario con cara de idiota. Aquella era una victoria digna de Calvin, de Mafalda y del dueño de Snoopy. Lo miró con sus enormes ojos verdes, no exentos de una falsa inocencia disfrazada de picardía. Pensando en ello se alejó hasta su casa. Como siempre, el propietario del minisupermercado lo miraba con odio desde la vez en que rompió un cristal de su tienda con un balón. Aquella vez, el cristal hizo “¡CRASH!”, y los padres de Ulises tuvieron que pagar los gastos... lo cual repercutió considerablemente en el domingo del niño. Aquello lo explicaba magistralmente la Economía.

Llegó el anochecer, y con este Ulises a su casa, y con todo aquello junto, el final de esa aventura.

TERCERA VIÑETA

Zacarías despertó con un fuerte dolor de cabeza. Sentía los efectos de la quimioterapia noqueándole el cuerpo: dolor de cabeza, debilidad, mareos, ardor. Sin dudarlo fue al baño a vomitar y permaneció adherido a la taza durante largo rato. Se incorporó para mirarse al espejo: lo que en otro momento era un atractivo hombre de cabello rubio y rostro bronceado, era ahora un patético zombie sin un mechón de cabello. Abrió el gabinete tras el espejo y miró el frasco con pastillas para dormir. Si se las tomaba todas con el vodka y el coñac que guardaba en el minibar todo terminaría, más de una vez se había preguntado que caso tenía el tratamiento si de todos modos iba a morir.
Después dudó y desvió la mirada. Por fin hizo lo que tenía que hacer: salió del baño para dirigirse a su estudio donde estaba su mesa de dibujo. Se sentó frente a ella y empezó a dibujar lo que pasaría la siguiente semana. “LAS AVENTURAS DE ULISES” decía la primer viñeta, y la última, en la esquina inferior derecha, una palabra que marcaba tanto el ocaso como la prolongación de la existencia humana: “CONTINUARÁ”.

Ayer fui un perro. Hoy soy un perro. Mañana
probablemente seguiré siendo un perro.
¡Sigh! No tengo muchas esperanzas de superación.
-Charles Schulz en la voz de Snoopy

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